domingo, 8 de diciembre de 2019

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detrás del ojo había cáncer

ahora hay un huequito
que llenás de juguetes
y todas tus ganas juntas
de pescar en el muelle
aunque haga frío

la cara 
         por momentos
quieta
         a medias

pero tu risa le gana a la muerte
en bicicleta

Teletransportación



negociar 
el entendimiento
porque sí 

semilla en la salina

que no haga falta

si el aire 
es-puma 
es piedras 
el mate 
es perra corriendo
las olas

que ella no falte
que el gato no crezca
que la risa sea mil veces desnuda 
el abrazo que tiemble 
de tanta vida orgasmo música saliva

que el viento sepa el camino de vuelta a casa 
de memoria 
pero que no 
la envuelva hasta el silencio

sábado, 7 de diciembre de 2019

De madrugada



Pasé por el pasillo una vez más, por ese mismo que lleva de nuestra habitación a la de David y de ahí al baño. Lo atravieso todos los días, pero esta vez fue diferente, ¡y cuánto! A mi derecha, justo frente al baño, vi esa cosa alta, imponente, casi diría amenazante... pero mejor no lo digo. Era bordó y en la mitad superior tenía cuatro pantallitas o recuadros que formaban una imagen, como en los programas de televisión en los que muchos monitores pequeños conforman uno mayor. Al principio, como no parecía haber ningún tipo de movimiento en eso, supuse que se trataba de cuadritos, pinturas. Hasta que el viento agitó las hojas de un árbol que sobrepasaba el límite del paredón blanco. ¿Mi sensación? No podría explicarla. El temor ante lo inexplicable, más la curiosidad y el sueño, sin descontar el apuro por entrar al baño, confluían en mi cuerpo frente a esa reconstrucción minuciosa del patio interno  de mi casa. Estaba confundida... y con sueño, mucho sueño.
Más invadida por las necesidades fisiológicas que por mi espíritu aventurero, ignoré lo que mis entreabiertos ojos bosquejaban y entré al baño. Algo en mi interior confiaba en que "eso" que había visto solo se trataba de una alucinación, una imagen mal enfocada por el sopor. Tranquila terminé mi trámite y salí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de punta a punta. Ahora sí, más despabilada, podía verlo con claridad. Era un aparato rectangular, mucho más grande que yo, y ahora podía observar más detalles, en particular uno: ese apéndice metálico a la altura de mi cintura, más o menos, justo debajo de uno de los cuadritos inferiores. A plena madrugada el viento soplaba con bronca y yo me sentía en uno de esos capítulos unitarios de Ray Bradbury que pasan por el cable.
Me acerqué muy lentamente y toqué la superficie fría y rugosa de la máquina (si era eso una máquina). No parecía peligroso. Luego miré muy detalladamente cada pantallita. Eran distintas del resto del aparato, más frías, y completamente lisas. Todo tenía un fuerte olor a tierra. Y como si todo esto no fuera lo suficientemente extraño, no pude encontrar ningún enchufe ni compartimento para pilas o baterías en ninguno de sus rincones.
Volví al apéndice metálico... quizás era un obturador y todo el aparato una inmensa cámara fotográfica. ¡Una antigüedad, seguramente! Leandro adora las antigüedades. Pero, ¿qué hacía el patio de mi casa adentro de esa antigüedad? O peor aun, ¿era realmente mi patio?
Pensaba en todas esas cosas cuando justo apareció Leandro, que seguramente iba a buscar un vaso de agua. Al pasar, acarició mi pelo. Con su pie derecho arrastró una piecita metálica que ninguno de los dos había visto. Se agachó, la tomó entre sus dedos y, para mi desesperación, la colocó con total tranquilidad bajo el apéndice metálico de aquel aparato rectangular, en un orificio que yo en ningún momento había alcanzado a notar. Ni siquiera me dio tiempo a gritar, pues siguió su camino con tanta naturalidad que me sentí demasiado ridícula como para intentarlo. Tanto es así que hoy en día, si paso cerca y hay gente alrededor, pongo mi mejor cara de buenas costumbres y sigo de largo. Si estoy sola, en cambio, puedo pasarme horas y horas investigando obsesivamente cada una de sus formas, olores y ruidos. Hasta he llegado a descubrir lo inofensiva que es esa réplica de mi patio. ¡No falta ni mi perro, que me espera ansioso cada vez que me acerco!

idílico


Mi sensibilidad tirita, siento el frío. El tibio gris inicia impío una mímica hiriente. Limpio la visible crisis mientras titila al límite el mismísimo pitillo. Sí, así, pitillo. Irrumpe un mimito con viabilidad intrínseca aquí, física y química sin piquillín. Imitación de incomodidad, ni inhibición ni irritabilidad. Intuí misticismo.

martes, 3 de diciembre de 2019

intención


que lo distinto no corte
que los fantasmas vuelen sólo en los cuentos con páramos
que un pájaro muerto al empezar el día no sea más que eso (lo que el gato dejó)

que el viento sea manso y deje de golpear 
mi espalda 
que ya no puede con tanto
que los vestidos que me regalaste no sean fotos de cada vez que no supimos
y que las fotos no hayan sido
disfraces

que la música vuelva 
a hacerme
reír

que tus cosas pesen menos
y que al barrer 
la casa 
se vayan apagando 
los pedacitos de todo lo que hicimos cuando estabas

Breton

Un tobogán con partículas de libro y la trampa del elefante y la boa. Un clásico de las infancias: subir y bajar con el apretón dulce del vé...