Más invadida por las necesidades fisiológicas que por mi espíritu aventurero, ignoré lo que mis entreabiertos ojos bosquejaban y entré al baño. Algo en mi interior confiaba en que "eso" que había visto solo se trataba de una alucinación, una imagen mal enfocada por el sopor. Tranquila terminé mi trámite y salí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de punta a punta. Ahora sí, más despabilada, podía verlo con claridad. Era un aparato rectangular, mucho más grande que yo, y ahora podía observar más detalles, en particular uno: ese apéndice metálico a la altura de mi cintura, más o menos, justo debajo de uno de los cuadritos inferiores. A plena madrugada el viento soplaba con bronca y yo me sentía en uno de esos capítulos unitarios de Ray Bradbury que pasan por el cable.
Me acerqué muy lentamente y toqué la superficie fría y rugosa de la máquina (si era eso una máquina). No parecía peligroso. Luego miré muy detalladamente cada pantallita. Eran distintas del resto del aparato, más frías, y completamente lisas. Todo tenía un fuerte olor a tierra. Y como si todo esto no fuera lo suficientemente extraño, no pude encontrar ningún enchufe ni compartimento para pilas o baterías en ninguno de sus rincones.
Volví al apéndice metálico... quizás era un obturador y todo el aparato una inmensa cámara fotográfica. ¡Una antigüedad, seguramente! Leandro adora las antigüedades. Pero, ¿qué hacía el patio de mi casa adentro de esa antigüedad? O peor aun, ¿era realmente mi patio?
Pensaba en todas esas cosas cuando justo apareció Leandro, que seguramente iba a buscar un vaso de agua. Al pasar, acarició mi pelo. Con su pie derecho arrastró una piecita metálica que ninguno de los dos había visto. Se agachó, la tomó entre sus dedos y, para mi desesperación, la colocó con total tranquilidad bajo el apéndice metálico de aquel aparato rectangular, en un orificio que yo en ningún momento había alcanzado a notar. Ni siquiera me dio tiempo a gritar, pues siguió su camino con tanta naturalidad que me sentí demasiado ridícula como para intentarlo. Tanto es así que hoy en día, si paso cerca y hay gente alrededor, pongo mi mejor cara de buenas costumbres y sigo de largo. Si estoy sola, en cambio, puedo pasarme horas y horas investigando obsesivamente cada una de sus formas, olores y ruidos. Hasta he llegado a descubrir lo inofensiva que es esa réplica de mi patio. ¡No falta ni mi perro, que me espera ansioso cada vez que me acerco!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.