sábado, 15 de mayo de 2021

Breton



Un tobogán con partículas de libro y la trampa del elefante y la boa. Un clásico de las infancias: subir y bajar con el apretón dulce del vértigo en la panza sin que el miedo espante las risas ni el viento arremolinándose en la boca. Sólo el peligro de algún clavo o astilla en el camino. Pero nada imposible.

Luego el abismo submarino de un sueño profundo, dragado, en busca de palabras en rejunte, como lastre inútil allá al fondo, en donde todo late con paciencia. Creemos que olvidamos, pero sembramos.

Y más acá el disfraz de bestia del hombre frágil que orina a escondidas del mundo. Un espectáculo aparte, secreto.

Nadie podría pensar que la travesía de aquella mujer a la cabeza de un botecito que nunca llegará a fragata será el origen de todas las flores. No habrá perro ni hiena que se resista. Sacudirán los huesos para soltar cada caricia mal dada. Y se verá como sangre.

Al final, descomunal recompensa y absurda. Inútil y anacrónica. Detrás de aquel helado está Frankenstein.


domingo, 8 de diciembre de 2019

10



detrás del ojo había cáncer

ahora hay un huequito
que llenás de juguetes
y todas tus ganas juntas
de pescar en el muelle
aunque haga frío

la cara 
         por momentos
quieta
         a medias

pero tu risa le gana a la muerte
en bicicleta

Teletransportación



negociar 
el entendimiento
porque sí 

semilla en la salina

que no haga falta

si el aire 
es-puma 
es piedras 
el mate 
es perra corriendo
las olas

que ella no falte
que el gato no crezca
que la risa sea mil veces desnuda 
el abrazo que tiemble 
de tanta vida orgasmo música saliva

que el viento sepa el camino de vuelta a casa 
de memoria 
pero que no 
la envuelva hasta el silencio

sábado, 7 de diciembre de 2019

De madrugada



Pasé por el pasillo una vez más, por ese mismo que lleva de nuestra habitación a la de David y de ahí al baño. Lo atravieso todos los días, pero esta vez fue diferente, ¡y cuánto! A mi derecha, justo frente al baño, vi esa cosa alta, imponente, casi diría amenazante... pero mejor no lo digo. Era bordó y en la mitad superior tenía cuatro pantallitas o recuadros que formaban una imagen, como en los programas de televisión en los que muchos monitores pequeños conforman uno mayor. Al principio, como no parecía haber ningún tipo de movimiento en eso, supuse que se trataba de cuadritos, pinturas. Hasta que el viento agitó las hojas de un árbol que sobrepasaba el límite del paredón blanco. ¿Mi sensación? No podría explicarla. El temor ante lo inexplicable, más la curiosidad y el sueño, sin descontar el apuro por entrar al baño, confluían en mi cuerpo frente a esa reconstrucción minuciosa del patio interno  de mi casa. Estaba confundida... y con sueño, mucho sueño.
Más invadida por las necesidades fisiológicas que por mi espíritu aventurero, ignoré lo que mis entreabiertos ojos bosquejaban y entré al baño. Algo en mi interior confiaba en que "eso" que había visto solo se trataba de una alucinación, una imagen mal enfocada por el sopor. Tranquila terminé mi trámite y salí. Un escalofrío recorrió mi cuerpo de punta a punta. Ahora sí, más despabilada, podía verlo con claridad. Era un aparato rectangular, mucho más grande que yo, y ahora podía observar más detalles, en particular uno: ese apéndice metálico a la altura de mi cintura, más o menos, justo debajo de uno de los cuadritos inferiores. A plena madrugada el viento soplaba con bronca y yo me sentía en uno de esos capítulos unitarios de Ray Bradbury que pasan por el cable.
Me acerqué muy lentamente y toqué la superficie fría y rugosa de la máquina (si era eso una máquina). No parecía peligroso. Luego miré muy detalladamente cada pantallita. Eran distintas del resto del aparato, más frías, y completamente lisas. Todo tenía un fuerte olor a tierra. Y como si todo esto no fuera lo suficientemente extraño, no pude encontrar ningún enchufe ni compartimento para pilas o baterías en ninguno de sus rincones.
Volví al apéndice metálico... quizás era un obturador y todo el aparato una inmensa cámara fotográfica. ¡Una antigüedad, seguramente! Leandro adora las antigüedades. Pero, ¿qué hacía el patio de mi casa adentro de esa antigüedad? O peor aun, ¿era realmente mi patio?
Pensaba en todas esas cosas cuando justo apareció Leandro, que seguramente iba a buscar un vaso de agua. Al pasar, acarició mi pelo. Con su pie derecho arrastró una piecita metálica que ninguno de los dos había visto. Se agachó, la tomó entre sus dedos y, para mi desesperación, la colocó con total tranquilidad bajo el apéndice metálico de aquel aparato rectangular, en un orificio que yo en ningún momento había alcanzado a notar. Ni siquiera me dio tiempo a gritar, pues siguió su camino con tanta naturalidad que me sentí demasiado ridícula como para intentarlo. Tanto es así que hoy en día, si paso cerca y hay gente alrededor, pongo mi mejor cara de buenas costumbres y sigo de largo. Si estoy sola, en cambio, puedo pasarme horas y horas investigando obsesivamente cada una de sus formas, olores y ruidos. Hasta he llegado a descubrir lo inofensiva que es esa réplica de mi patio. ¡No falta ni mi perro, que me espera ansioso cada vez que me acerco!

idílico


Mi sensibilidad tirita, siento el frío. El tibio gris inicia impío una mímica hiriente. Limpio la visible crisis mientras titila al límite el mismísimo pitillo. Sí, así, pitillo. Irrumpe un mimito con viabilidad intrínseca aquí, física y química sin piquillín. Imitación de incomodidad, ni inhibición ni irritabilidad. Intuí misticismo.

martes, 3 de diciembre de 2019

intención


que lo distinto no corte
que los fantasmas vuelen sólo en los cuentos con páramos
que un pájaro muerto al empezar el día no sea más que eso (lo que el gato dejó)

que el viento sea manso y deje de golpear 
mi espalda 
que ya no puede con tanto
que los vestidos que me regalaste no sean fotos de cada vez que no supimos
y que las fotos no hayan sido
disfraces

que la música vuelva 
a hacerme
reír

que tus cosas pesen menos
y que al barrer 
la casa 
se vayan apagando 
los pedacitos de todo lo que hicimos cuando estabas

lunes, 15 de enero de 2018

premonición

tiemblo vacía de tanta muerte

noche

porque si me mirás no hay tiempo 
no presumo ni sospecho 
cómo se hace la noche 
sin hablar 
cómo se anuda esa sonrisa tuya 
que tiembla 

si sé de memoria 
cómo callás no tiene gracia 
si sé de memoria cómo acabás 
exploto 
en canciones 
que desafinan 
sin prisa.

lo cierto


mezclar 
isobaras ángulos 
caléndulas 
todo 
lo obsceno 
lo poco 
que pueda encontrarse 
al borde de la cama 
con lo macabro hacer 
pedazos 
con la angustia 
las pequeñas dudas 

anoche
hacer de cuenta que pasó
que verdadera
empecinadamente
todo eso pasó

viento


¿sentís? 
es el viento que llega 
adonde estuve 
siempre.

gorriones


ese árbol pasado de gorriones chorréandole
las ramas

aquel día nublado en el jardín.

mamá de la mano en mi cabeza 
mi cabeza para siempre 
arriba lejos

adentro cerca
mamá

escapando queriendo alcanzar 
yo con la lengua esa lluvia que
no llega 
no cae 
más

y los gorriones
que no paran
no se callan
ni vuelan, tampoco, permanecen

qué esperan
mamá

Breton

Un tobogán con partículas de libro y la trampa del elefante y la boa. Un clásico de las infancias: subir y bajar con el apretón dulce del vé...